MENSAJE EN UNA BOTELLA

Se despertó al amanecer, la cabeza le daba vueltas y tenía la boca seca. Se había pasado con el vino la noche anterior.

Se dio cuenta de que estaba sola, con toda la ropa puesta. Empezó a hacer memoria y recordó vagamente. Habían estado viendo una película, «Mensaje en una botella» y habían pedido una pizza. Su amistad era reciente pero compartían gustos, risas, momentos. Se emocionaron viendo la película, se abrazaron en silencio, lloraron hablando de sus respectivas heridas.

El vino fue el culpable de todo, el vino y la soledad.

Después todo fue como una neblina densa, su memoria trajo retazos de algún beso, de que la subió por la escalera entre risas, de que se miraron muy cerca, al lado de la cama.

Todo lo demás estaba borrado. Tuvo la certeza de que no habían ido más allá.

Bajó a la cocina a por un vaso de agua. Sobre la mesa estaba la botella de vino vacía. Atada a su cuello había una nota.

No sé porqué siempre meto imposibles en mi vida. 
Ayer traspasamos una frontera que no debimos traspasar, porque estábamos compartiendo soledades y eso al final crea adicción.  Nos hemos necesitado y yo no quiero necesitarte porque no puedo tenerte. Porque yo no quiero el cuerpo de alguien cuyo corazón está en otro lugar. Porque no quiero recoger los restos de alguien a quien no correspondieron,  porque si él no vuelve, tu corazón se quedará allí y tendrás una bonita cicatriz para recordarlo y porque yo no soy una paloma para que me tiren migajas.
Yo no voy a llamarte llorando pidiendo que me des algo que no podrás darme.
Y como soy especialista en despedidas, aunque no me gusten, creo que deberíamos dejar aquí nuestra amistad o lo que sea. No voy a llenar el hueco que debería estar llenado otra persona, aunque, bien pensado no hay hueco, porque él sigue ahí y lo ocupa todo.
Eres un amor y te mereces que te quieran mucho y bien, pero yo también.
Y no vamos a seguir alimentando nada porque yo quiero que me curen las heridas, no hacerme otra nueva. Y si seguimos alimentando esto, habrá otra herida más que curar.
Cuídate mucho Triana

Resbaló una lágrima por su mejilla. Sabía que el mensaje tenía razón. Hay huecos imposibles de llenar.

Se vistió y salió a la playa, a su playa, en aquel lugar al que no llegaba el mar, pero que era un paraíso.

ANA FERNÁNDEZ DÍAZ

DIARIO DE TRIANA XIII

Contemplábamos la nieve caer tras la ventana de la cocina y el fuerte viento aullando feroz nos estremecía. Aunque quizás la que se estremecía era yo al contacto de unos labios tras mi oreja y el roce de una caricia deslizándose por mi espalda. Recordaba entonces cómo habíamos llegado corriendo a nuestro refugio aferrados de la mano luchando contra el huracán. La escena inspiraba un poema. Como un relámpago noté otro estremecimiento al recordar algo; me giré  de pronto.

-¿Qué pasa?-Mi teléfono-¿Qué…?Corrí a buscar en los bolsos de la chaqueta y por todo el salón. -¡Me lo he dejado en la estación de Sky!-¿No jodas?-Sin joder es como te vas a quedar porque tengo que ir a buscarlo.-Triana, no podemos salir con esta tormenta, es una locura.-No saldrás tú, a mí no me va a parar esta tormenta ni tres como ella.Cogí mi equipación y salí.
Detrás de mí escuchaba todo tipo de improperios sobre las mujeres inconscientes que salen a las tormentas sin pensar en las consecuencias.Caminar por la nieve contra el viento era realmente agotador. Me ardían las manos y la cara, en parte por mi mala cabeza y en parte porque el viento azotaba tan fuerte como si finísimos cristales cortasen mi rostro.Cuando llegó a mi altura ya habíamos recorrido la mitad del camino; una subida bastante pronunciada que nos obligaba a doblar el esfuerzo. Llegamos exhaustos a la puerta de la estación cuando empezaba a anochecer.Entramos con una ráfaga de viento que casi nos lleva al suelo.Justo en la entrada, sentado en un cómodo sofá se encontraba Pedro, el conductor de la máquina que nos había llevado de excursión por la mañana.-¡Estáis como las cabras! ¿Cómo se os ocurre salir con este tiempo?-Triana olvidó aquí su teléfono y hemos venido a ver si alguien lo ha encontrado- dijo con cara de resignación.-No se le olvidó aquí, lo dejo en la máquina después de la excursión, pensaba llevaroslo mañana; no se me ocurrió ni por lo más remoto que fuerais a subir con esta tormenta.-¡Muchas gracias! ¡Por dios qué disgusto tenía, tengo media vida metida en este cacharro!-¡Venga!, os invito a una cerveza y luego os bajo en la pisanieves. Una hora y muchas risas más tarde, Pedro nos dejó en nuestra cabaña.
 La sorpresa llegó al abrir la puerta y darnos cuenta de que una de la ventanas estaba rota. El viento había arrastrado una rama con violencia contra el cristal, destrozando a su paso las macetas que decoraban el alféizar, haciéndoles caer dentro del pequeño salón. El disgusto fue mayúsculo al comprobar que todo el suelo estaba cubierto con la tierra de las plantas, ramas y nieve derretida por la alfombra; un completo desastre.

Mis ojos se llenaron de rabia al comprobar que la mesita al lado del sofá también estaba empapada y sobre ella, mis cuadernos de poemas, habían sufrido una catástrofe.

-¡Mis poemas, mis escritos, no puedo creerlo!

Corrí a comprobar el estado de mi tesoro más preciado; tinta removida, páginas mojadas…

-¡No puedo creerlo, mi trabajo de tanto tiempo!

Experiencias, llantos, amores y odios, trozos de mí y de los distintos momentos vividos, estaban arrasados.

-¡Maldita sea! ¡Joder! ¡Mierda!

Lloré mientras los recogía y secaba con la manga sus páginas. Todo lo que contenían tenía un valor sentimental importantísimo. Toda yo, estaba en esos cuadernos.

-Cariño, lo siento mucho, lo siento profundamente- me abrazó con ternura mientras yo sollozaba, -lo recuperaremos, no te preocupes.

-Sé que lo puedo volver a escribir de nuevo porque todo está guardado en mi portátil, pero estos cuadernos escritos a mano, guardan muy bellos recuerdos, tú lo sabes.

– Si, claro que lo sé, pero esos recuerdos no se pueden borrar Triana. Están contigo para siempre.

-Venga, vamos a tratar de limpiar todo esto un poco.

-Si -respondí con un hilo de voz.

Recogimos toda la tierra y los trozos de barro de las macetas; sequé el suelo mientras él llamaba a los propietarios de la cabaña, que acudieron enseguida para ofrecernos otro alojamiento y para asegurar la contraventana en ausencia de cristal, hasta el día siguiente que vendrían a repararla. Decidimos quedarnos allí para no tener que hacer el equipaje. Con unos clavos fijaron las contraventanas.

Cuando se fueron, nos preparamos una cena rápida, cenamos y recogimos todo. Mientras se enfriaban su café y mi té, me acerqué a la ventana de la cocina. Contemplaba la nieve caer. Se acercó por detrás y me abrazó.

-¿Estás mejor?

-Si, me he entristecido mucho, pero no se puede hacer nada. ¡Menudo día, eh! -sonreí y me giré abrazándole y buscando su boca que me llenó de mil besos tiernos.

-No cambies nunca, Triana.

 

-Gracias

-Gracias a ti por estar tan llena de vida, por ese coraje tuyo para salir a la tormenta y por tu fuerza y tu ternura.

Nos fuimos a la cama y nos quedamos abrazamos en silencio, pensando acerca de lo mucho que puede cambiar todo en un instante y también de lo rápido que pasa la vida; de que un pequeño acontecimiento puede borrar años de trabajo o un gran acontecimiento es capaz de unir a las personas como nunca antes.

Y de que ese abrazo puede ser el refugio perfecto cuando el mundo se derrumba.

Me desperté de madrugada, empezaba a amanecer y ya no se escuchaba ningún resto de tormenta, solo calma. Miré en la penumbra los rasgos de su cara, los hombros, atenta a la respiración tranquila. Hay personas que son hogar, refugio, puerto en el que resguardarse cuando aprieta la vida, inspiración y ejemplo, personas que no desfallecen, luchadoras, honestas, compasivas, amables; de esa pasta especial de la que están hechos solo unos pocos. Allí, frente a mí, estaba una de esas personas y allí tuve la certeza de que le amaba. Respiré profundamente, consciente de ese momento de plenitud y pensé que la felicidad tenía que ser, por fuerza, algo muy parecido a aquello que sentía.

Triana

«Come away with me» Norah Jones

FRAGMENTOS DE UNA VIDA, O DOS.

«Esto tienes que escribirlo» –dijo mientras se miraban antes de dormirse y pensó que no sabría encontrar la palabras necesarias para contar lo que estaban viviendo.

Había tenido una vida plena en experiencias afectivas pero no imaginaba que a su edad fuera capaz de vivir y sentir todo el torrente de emociones que le embargaba desde que se conocieron.

Si unos meses atrás le hubieran dicho que se iba a enamorar de aquella forma, se habría reído con ganas.

Un mente hecha para los números, para los negocios, para las decisiones complicadas en cuestión de segundos, no albergaba siquiera la idea remota de que podía existir el amor a corazón abierto.

En su juventud tuvo experiencias claro y en la edad adulta,ya formalizada su vida, todo ocurrió según los parámetros establecidos, sin sobresaltos, boda, hijos, lo normal.

Y entonces ocurrió.

Se encontraron y se amaron.

Sus reservas de ternura, nunca antes exploradas ni explotadas, fueron inagotables, sorprendiéndoles cada vez que se amaban hasta el llanto emocionado.

Nunca antes la ternura y nunca antes la pasión. Nunca tanta piel añorada, nunca excelsas caricias después de amarse. Nunca antes, deseó terminar de amar para empezar a acariciar.

Entonces fue cuando descubrió que hasta que tocó su piel, sus manos estuvieron vacías.

Sintió miedo, pánico, incertidumbre. Sintió dolor, pavor ante lo inevitable. Todo fueron preguntas y la única respuesta y la única certeza fue que se amaban. Nada más y nada menos.

Despertaron horas después, sudorosos, sus cuerpos pegados, adheridos a la otra piel, ajada ya por el paso del tiempo. El olor impregnando las sábanas, se abrazaron sabiendo que eran la tabla de salvación del otro y que jamás se sentirían solos porque tenían a otro viviendo bajo su piel. Volvieron a dormirse pensando en su amor crepuscular, como les gustaba llamarlo.

Y soñaron…

Fragmentos de una vida

Ana Fernández Díaz

DIARIO DE TRIANA XI

Aparqué el coche en batería, justo en la calle que conducía a tu apartamento. Enfrente, la playa, esta vez tu playa. La lluvia empapaba los cristales impidiéndome ver con claridad la calle desierta, de manera que decidí bajarme y pasear. Abrí el paraguas y descendí accionando el mando para cerrar el coche. Y en ese momento te vi. Allí, en la acera de enfrente, con la media sonrisa, esperando bajo la lluvia que en ese momento era fina y constante. Nos miramos, apenas unos segundos mientras yo cruzaba la calle. Recuerdo tu cara llena de emoción, y el gesto de tu mano, abierta, esperando la mía. No hubo beso, ni abrazo, solo mi mano, que sabía el camino y se deslizó en la tuya que la acogió mientras me susurrabas:

—No digas nada, déjame disfrutar de este momento.

Y supe que había llegado a mi hogar.

Caminamos a lo largo de varios metros, en silencio, acariciando el instante largamente esperado, y deseado. Miradas que decían lo que tanto habían callado, corazones latiendo fuerte en el pecho.

De repente empezaste a hablar, nervioso, contando mil cosas a la vez, y yo solo pude mirarte enamorada al tiempo que te paraba y cerraba tus labios con un beso.

Por fin estábamos juntos de nuevo. No sé cómo entramos en el portal, ni en tu casa, solo recuerdo mi mano acariciando tu cara, tu pelo, tus manos, y la urgencia por tener tu piel en la mía.

—Déjame que acaricie tu piel, solo eso— pediste.

Lentamente —como siempre me dices— me quitaste la ropa, de pie, mis manos temblaban desabotonando tu camisa, y unimos nuestro pecho, por fin, las pieles erizadas, se tocaban después de tanto tiempo.

—TriAna, quiero guardar tu olor dentro de mi, dijiste mientras te arrodillabas deslizando tu nariz sobre mi vientre. Mis dedos en tu pelo, llevaron tu cabeza del ombligo al monte de Venus, y la boca sedienta me hizo promesas calladas de placer latiente.

La alfombra del salón hizo de cama improvisada cuando de rodillas a tu lado besé tu boca aún con sabor a mi. Parecíamos penitentes purgando sus pecados, allí de rodillas, desnudos, delimitando la piel del otro. Desbordado de deseo, tumbado esperándome. Rebosante de calor, sentada sobre ti, cerré los ojos cuando nos unimos por completo.

—Mírame TriAna

Los abrí, para contemplarte mientras me decía que me amabas. Permanecimos el uno en el otro, quietos, hasta que el deseo fue más fuerte que nosotros. Entonces estallamos de placer con todo el amor que nos teníamos.

Después nos dormimos el uno en los brazos del otro, sin deshacer la unión hasta que la naturaleza permitió que salieras de mi, mientras recitaba en un susurro un poema en tu oído.

Por este momento

merece la pena la espera

la incertidumbre,

la ingratitud de la ausencia.

Tu ausencia.

Por este momento contigo,

tu piel adherida a la mía

desnudo tu cuerpo y mi alma.

Por fin te tengo

y ahora

ya no dejaré que te vayas.

Descansa Mi amor

MI VIERNES DE POESÍA…

El frío helaba sus huesos

cada vez que asomaba el invierno

a través del gran ventanal que mostraba su pueblo.

El frío helaba sus huesos

cada vez que asomaba el invierno

a través del gran ventanal que mostraba su pueblo.

Languidecía escribiendo poemas

deslizando sus manos con tiento

recogiendo la manta de lana que abrigaba su cuerpo.

En la gran chimenea aullaba

la madera alimentando el fuego

mientras ella miraba sin ver, el color del que viven los sueños.

Imaginaba que allí estaba él

cogiendo su mano, acariciándole el pelo.

Blancas sienes ordenadas

descoloridas por el tiempo,

mil arrugas en el rostro, huellas de dolor intenso.

Cicatrices de la vida

como un papel impreso

fueron dejando tatuados todos los duros momentos.

Serena y callada escribe

ya solo espera el final

con la paz que da el saber, que hizo bien sin importar

si le era devuelto un día

lo que dio sin pedir nada.

Ana Fernández Díaz

DIARIO DE TRIANA X

Nuevo ejercicio del curso de escritores Felming Lab en el que participo, de la mano de Juan Re Crivello. Está siendo muy divertido cambiar de registro en cada nueva entrada y esta vez me tocaba relato erótico. Los que ya conocéis a Triana, os podéis imaginar que ya era hora de que volviese, y para los que no la conocéis, os diré que en este blog, dentro del apartado que lleva su nombre, os podéis ir adentrando un poco en su casa de la playa. Poco a poco, no vaya a ser que contribuyamos al calentamiento global. Yo no me hago responsable de nada…

Ejercicio número siete del curso para escritores de Fleming Lab.

DIARIO DE TRIANA ARDIENDO

El calor plomizo caía sobre la tarde de Septiembre en la casa de la playa, y a pesar de que el sol se empezaba a resguardar tras las montañas que adornaban la parte trasera, los insoportables treinta grados me hacían sudar por cada poro.

Desde la cocina me asomé para contemplar cómo regaba mis preciados rosales, quitaba las hojas marchitas y removía la tierra. Preparé un té para mí y un café para el. Su torso desnudo ejercía una poderosa atracción sobre mí desde que le vi por primera vez. No era el cuerpo definido de alguien que pasa horas en el gimnasio pero a mi me atraían sus hombros torneados y las prominentes venas de los brazos.

Con dos golpecitos en el cristal hice que me mirase y le enseñé la cafetera con un guiño — ¿Quieres un café con hielo?— le pregunté con mi mejor sonrisa. Asintió con la cabeza mientras sujetaba la manguera entre las rodillas para lavarse las manos y la cara.

Preparé dos vasos grandes. En uno de ellos introduje medio limón y azúcar de caña para mi infusión, en el otro sólo el azúcar y café.

Descalza me moví hacia la nevera en busca del hielo. El fresco del congelador se escapó acariciando mis piernas sudorosas y dando una pequeña tregua al sofoco.

Cuando él entraba en la cocina volqué la cubitera sobre el mármol de la encimera y los pequeños cubitos salieron resbalando hacia los lados. Recogí varios de ellos para echarlos en el vaso de café y el resto en el té. Uno de ellos había recorrido un camino más largo y fue a estrellarse contra su mano que lo atrapó con agilidad, al tiempo que me miraba. De un paso se colocó frente a mí y deslizó el trocito helado sobre mis labios entreabiertos como a cámara lenta, una traviesa gota resbaló por sus dedos hasta caer justo en el centro de mi escote, provocando que dos prominencias se despertaran bajo mi vieja camiseta de tirantes. El hielo siguió su recorrido conducido magistralmente por la mano experta desde mis labios a lo largo del cuello dejando un rastro que lejos de refrescarme, aumentaba mi temperatura.

Mis brazos rodearon su cuello mientras me colocaba sobre la gran isla que ocupaba la parte central de la cocina. Tendida, acalorada, y mojada.

Abrió uno de los cajones justo debajo de donde me encontraba y sacó unas tijeras.

Con sumo cuidado cortó la camiseta desde abajo hacia el escote, en cortes precisos, certeros hasta dejarla caer a ambos lados de mi cuerpo. Después hizo lo propio con mi pantalón corto, empezando por un lado y subiendo hacia la cintura y luego el otro.

Dio un trago a su café y con uno de los hielos en la boca fue recorriéndome, erizando mi piel con los roces helados desde la boca al cuello y de ahí hacia abajo con cuidado de no dejar un solo milímetro sin el refrescante contacto. Al llegar al ombligo dejó caer allí el cubito a medio derretir para darle una tregua a sus labios y nuevamente lo recogió bajando después hacia mi vientre. Cada gota de agua resbalaba cadenciosa por mis ingles yendo a parar a la encimera, mojando los trozos de mi pantalón cortado. Cerré los ojos y disfruté del contacto cuando llegó al centro de mi ser con el hielo entre los labios de ambos. La fría caricia no me enfriaba, me encendía. Y el agua goteante se unió a mi goteante marea. Una helada lengua la fue recogiendo. El infierno empezó con un hielo.

ANA FERNÁNDEZ

DIARIO DE TRIANA IX

Llegué a mi casa de la playa a media tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar.

Llegué a mi casa de la playa a las seis tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar. Dejé la maleta a mi lado, en el suelo y me agaché para quitarme los zapatos. Mis pies agradecieron el contacto con la arena fresca después de varias horas de viaje y cerrando los ojos disfruté por unos segundos de la sensación. Llené mis pulmones del aire con olor a mar, del aroma de la tarde, de mi hogar en medio de la naturaleza. Cogí la maleta con una mano y mis zapatos con la otra y muy despacio, contando los pasos, caminé hasta la casa.

Todo estaba en calma. No sabía si habría alguien esperándome, pero lo que si sabía era que todo lo que necesitaba eran mi ducha y mi cama en ese momento, volver a mi hogar, a mi refugio.

Busqué una llave que siempre escondía bajo el porche, y allí estaba, lo que significaba que la casa se hallaba vacía y subí los dos peldaños de madera, notándola cálida bajo mis pies. Entré y el olor a rosas que invadía la estancia me llenó por completo. Suponía que él había recogido unas cuantas de la maceta que había tras la casa y adornaban un jarrón sobre la chimenea.

Dejé la maleta en la entrada y subí a mi habitación. Recorrí con mis dedos la barandilla de la escalera que daba acceso al piso de arriba, mis muebles, la cómoda, la mecedora que adornaba el hall entre mi habitación y el baño. Todo estaba limpio y recogido. Sobre la cama descansaba un precioso camisón de raso blanco, esperándome.

Lo recogí y entré en el baño. Mi reflejo en el espejo me devolvió una sonrisa y la cara de paz, señal de que me sentía en casa. Abrí el grifo de la bañera redonda y mientras el agua se calentaba me desnudé dejando caer toda la ropa al suelo despreocupadamente. Me di un baño relajante, mientras veía  a través de la ventana cómo caía la tarde sobre mi playa y el rojo del sol sobre el horizonte enmarcaba una postal perfecta para mí.

Me sequé con una de las toallas que guardaba en la estantería. Luego extendí una generosa capa de crema hidratante sobre mi cuerpo. Olor a jazmín que se mezclaba sutilmente con el olor de mi piel. Me puse el camisón de raso que erizó cada vello de mi cuerpo a su contacto frío, después recogí la ropa y me tumbé en la cama. Me quedé dormida boca abajo.

Unos labios dulces, suaves, tiernos, besaban mis pies, con ligerísimos toques en mis dedos, el empeine y los tobillos. No me moví, sólo disfruté de esa maravillosa sensación de una boca recorriéndome. Unos labios que quemaban mis piernas, a ratos como mariposas flotando sobre ellas, y a ratos devorándome. Una lengua exploradora acariciaba el interior de mis muslos hasta llegar a la frontera que el blanco camisón marcaba. Esos mismos labios que yo conocía tan bien, recogieron la prenda sedosa llevándola más arriba descubriendo mis nalgas redondas. La suave tela se escurrió sobre mi cintura y los labios abrasadores la siguieron por mi cadera y el costado derecho produciendo un estremecimiento y un gemido ahogado, al tiempo que escribían poesía sobre mi espalda.

Los labios torturadores subieron por mi columna vertebral hasta mi cuello arrastrando consigo el raso frío sobre mi piel ardiente. Ladeé la cabeza para dejarles paso hacia mi cuello, mi oreja y el mentón, y ellos no se detenían sino que reclamaban más territorio buscando mi boca para ahogar mis ya imparables gemidos.

Y mientras que una lengua ardiente poseía mi boca y buscaba mi lengua, unas piernas separaban las mías, unas manos se aferraron a mis manos y un cuerpo cubría el mío llenándolo de calor y deseo, entrando en mí sin esfuerzo.

-Te he echado de menos preciosa, susurraron los carnosos labios en mi oreja.

Y tras esas palabras, el propietario de los labios embistió mi cuerpo, con mesura primero y sin freno después, durante un rato en el que el placer fue el único protagonista.

Qué bueno es volver al hogar.

 

¿Qué tripa se te ha roto? by Ana Fernández

Algunos de vosotros ya lo habéis leído en mi facebook, para los que todavía no, os dejo el primer ejercicio del curso de escritores noveles en el que participo. Este pequeño relato ha dado pie a una historia que ya os ire contando. De momento el primer capítulo. Espero que os guste.

Barcelona / j re crivello// Escritor y Editor / Fundador de Masticadores

Este artículo de la escritora y blogger Ana Fernández solo se explica por el final, por ello he prometido continuar con una réplica por mi parte mañana en el mejor estilo de amar a la ficción y saludar a los cambios que nos provee la vida. -J re-

El artículo nace en el Curso de Escritores Noveles de FlemingLAB, pueden consultar otros textos muy interesantes en este link.

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by Ana Fernández

El sonido de mi móvil me despertó del húmedo sueño en el que me encontraba gozando con mi vecino del cuarto, y con  la misma cantidad de mal humor que si me cortasen el momento erótico en la vida real, miré la pantalla para saber a qué loco de la vida se le ocurría llamarme a aquellas intempestivas horas de un día no laborable.

— ¿Qué tripa se te ha roto Martita?

—Nena, tienes que venir corriendo, ha…

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DIARIO DE TRIANA VIII

Nunca antes había ido a una playa nudista y cuando me lo propuso acepté encantada aunque un poco ansiosa. No soy especialmente pudorosa pero caminar sin ropa por una playa llena de gente no sabía si me gustaría. Lo que si sabía, es que la experiencia iba a ser emocionante y reveladora.

Cogimos mi coche al amanecer de un soleado día. El calor empezaba a apretar a pesar de ser muy temprano mientras Emilie Sande rompía las normas por nosotros en la radio. Condujo despacio hasta abandonar la autopista donde aparcamos, para caminar luego bordeando la costa durante unos veinte minutos.

-No suele venir demasiada gente, así que tranquila- fueron sus palabras ante mi expresión de sorpresa.

Sacamos la bolsa de la playa que el transportó solícito y cogió mi mano firme. Un pequeño caminito nos indicaba el recorrido y después de una leve pendiente vislumbramos una pequeña cala por la que apenas paseaban cuatro personas. A la derecha escarpados acantilados enmarcaban el paraje y la fina arena dorada completaba el cuadro perfecto para mi bautismo naturista. Recorrimos la orilla descalzos hasta llegar a la parte más alejada y junto a las rocas depositamos nuestras cosas.

Me quedé unos segundos mirando al horizonte, las olas tranquilas, atesorando dentro de mi ese momento de paz y sosiego. No sé si fue su aliento en mi nuca o sus manos en mis hombros que hicieron deslizar mi vestido sobre la piel lo que provocó que mi sangre hirviese. Desató los lazos de la única prenda que me quedaba puesta que cayó sobre mi vestido -no podemos dejar que se queme esta piel tan blanquita Triana – ronroneó a mi lado. En algún momento se había quitado la ropa y  se notaba que estaba como pez en el agua, disfrutando de la cálida brisa en su cuerpo desnudo.

Cogió el bote de crema solar que sacudió con energía y una generosa porción se depositó en su mano –Gozaremos del sol en cada centímetro de la piel…el placer de la crema que por tu espalda deslizo, con mi mano temblorosa …por tu eléctrico hechizo de tus vértebras encadenadas y disfrutaremos de esta parcela de sol desnudo y libertad…Mientras me recitaba seguía depositando crema, buscando rincones a los que el sol no llegaría pero que a el le parecía importante explorar. Dibujó el contorno de mi pecho desde atrás, mis caderas, en tanto que su aliento me quemaba la nuca. Descendiendo al vientre, empleándose a fondo en mis muslos, si el sol no me quemaba, al final lo haría yo misma por combustión espontánea como no dejase de tocarme. Y con dos inocentes palmadas en mi trasero, soltó un – ¡estás lista, vamos al agua!

Agarré su mano y paseamos por la orilla. Me sentía extrañamente cómoda en mi desnudez, captando con cada poro de mi piel sensaciones desconocidas. La mezcla justa de excitación y sorpresa ante las reacciones de mi cuerpo. Poco a poco me fui relajando y nos adentramos en el agua que con olas tranquilas nos bañaba sensual. El contraste entre mi calor interior y el agua fría me hizo gemir. Toda mi piel se erizó. Me cogió en brazos, rodee su cuello con los míos y su cintura con las piernas. Su abrazo me transportaba, besándome lento, encendiendo el deseo imparable ya a estas alturas. Me sujetaba la nuca con una mano y la otra, se abrió paso entre mis piernas. Me dejó descender despacio hasta quedar  justo a la puerta de mi pasión. Miré a lo lejos y vi que las personas que paseaban antes por la playa se alejaban por el camino  de acceso. Le miré de nuevo, había fuego en sus ojos. Entreabrí la boca, y ahogué un gemido cuando entró en mi.  Me sujetaba con manos firmes mientras embestía con fuerza mi cuerpo batiendo el mar como una tempestad.

El agua hervía y nosotros también.

TRIANA