Contemplábamos la nieve caer tras la ventana de la cocina y el fuerte viento aullando feroz nos estremecía. Aunque quizás la que se estremecía era yo al contacto de unos labios tras mi oreja y el roce de una caricia deslizándose por mi espalda. Recordaba entonces cómo habíamos llegado corriendo a nuestro refugio aferrados de la mano luchando contra el huracán. La escena inspiraba un poema. Como un relámpago noté otro estremecimiento al recordar algo; me giré de pronto.
-¿Qué pasa?-Mi teléfono-¿Qué…?Corrí a buscar en los bolsos de la chaqueta y por todo el salón. -¡Me lo he dejado en la estación de Sky!-¿No jodas?-Sin joder es como te vas a quedar porque tengo que ir a buscarlo.-Triana, no podemos salir con esta tormenta, es una locura.-No saldrás tú, a mí no me va a parar esta tormenta ni tres como ella.Cogí mi equipación y salí.
Detrás de mí escuchaba todo tipo de improperios sobre las mujeres inconscientes que salen a las tormentas sin pensar en las consecuencias.Caminar por la nieve contra el viento era realmente agotador. Me ardían las manos y la cara, en parte por mi mala cabeza y en parte porque el viento azotaba tan fuerte como si finísimos cristales cortasen mi rostro.Cuando llegó a mi altura ya habíamos recorrido la mitad del camino; una subida bastante pronunciada que nos obligaba a doblar el esfuerzo. Llegamos exhaustos a la puerta de la estación cuando empezaba a anochecer.Entramos con una ráfaga de viento que casi nos lleva al suelo.Justo en la entrada, sentado en un cómodo sofá se encontraba Pedro, el conductor de la máquina que nos había llevado de excursión por la mañana.-¡Estáis como las cabras! ¿Cómo se os ocurre salir con este tiempo?-Triana olvidó aquí su teléfono y hemos venido a ver si alguien lo ha encontrado- dijo con cara de resignación.-No se le olvidó aquí, lo dejo en la máquina después de la excursión, pensaba llevaroslo mañana; no se me ocurrió ni por lo más remoto que fuerais a subir con esta tormenta.-¡Muchas gracias! ¡Por dios qué disgusto tenía, tengo media vida metida en este cacharro!-¡Venga!, os invito a una cerveza y luego os bajo en la pisanieves. Una hora y muchas risas más tarde, Pedro nos dejó en nuestra cabaña.
La sorpresa llegó al abrir la puerta y darnos cuenta de que una de la ventanas estaba rota. El viento había arrastrado una rama con violencia contra el cristal, destrozando a su paso las macetas que decoraban el alféizar, haciéndoles caer dentro del pequeño salón. El disgusto fue mayúsculo al comprobar que todo el suelo estaba cubierto con la tierra de las plantas, ramas y nieve derretida por la alfombra; un completo desastre.
Mis ojos se llenaron de rabia al comprobar que la mesita al lado del sofá también estaba empapada y sobre ella, mis cuadernos de poemas, habían sufrido una catástrofe.
-¡Mis poemas, mis escritos, no puedo creerlo!
Corrí a comprobar el estado de mi tesoro más preciado; tinta removida, páginas mojadas…
-¡No puedo creerlo, mi trabajo de tanto tiempo!
Experiencias, llantos, amores y odios, trozos de mí y de los distintos momentos vividos, estaban arrasados.
-¡Maldita sea! ¡Joder! ¡Mierda!
Lloré mientras los recogía y secaba con la manga sus páginas. Todo lo que contenían tenía un valor sentimental importantísimo. Toda yo, estaba en esos cuadernos.
-Cariño, lo siento mucho, lo siento profundamente- me abrazó con ternura mientras yo sollozaba, -lo recuperaremos, no te preocupes.
-Sé que lo puedo volver a escribir de nuevo porque todo está guardado en mi portátil, pero estos cuadernos escritos a mano, guardan muy bellos recuerdos, tú lo sabes.
– Si, claro que lo sé, pero esos recuerdos no se pueden borrar Triana. Están contigo para siempre.
-Venga, vamos a tratar de limpiar todo esto un poco.
-Si -respondí con un hilo de voz.
Recogimos toda la tierra y los trozos de barro de las macetas; sequé el suelo mientras él llamaba a los propietarios de la cabaña, que acudieron enseguida para ofrecernos otro alojamiento y para asegurar la contraventana en ausencia de cristal, hasta el día siguiente que vendrían a repararla. Decidimos quedarnos allí para no tener que hacer el equipaje. Con unos clavos fijaron las contraventanas.
Cuando se fueron, nos preparamos una cena rápida, cenamos y recogimos todo. Mientras se enfriaban su café y mi té, me acerqué a la ventana de la cocina. Contemplaba la nieve caer. Se acercó por detrás y me abrazó.
-¿Estás mejor?
-Si, me he entristecido mucho, pero no se puede hacer nada. ¡Menudo día, eh! -sonreí y me giré abrazándole y buscando su boca que me llenó de mil besos tiernos.
-No cambies nunca, Triana.
-Gracias
-Gracias a ti por estar tan llena de vida, por ese coraje tuyo para salir a la tormenta y por tu fuerza y tu ternura.
Nos fuimos a la cama y nos quedamos abrazamos en silencio, pensando acerca de lo mucho que puede cambiar todo en un instante y también de lo rápido que pasa la vida; de que un pequeño acontecimiento puede borrar años de trabajo o un gran acontecimiento es capaz de unir a las personas como nunca antes.
Y de que ese abrazo puede ser el refugio perfecto cuando el mundo se derrumba.
Me desperté de madrugada, empezaba a amanecer y ya no se escuchaba ningún resto de tormenta, solo calma. Miré en la penumbra los rasgos de su cara, los hombros, atenta a la respiración tranquila. Hay personas que son hogar, refugio, puerto en el que resguardarse cuando aprieta la vida, inspiración y ejemplo, personas que no desfallecen, luchadoras, honestas, compasivas, amables; de esa pasta especial de la que están hechos solo unos pocos. Allí, frente a mí, estaba una de esas personas y allí tuve la certeza de que le amaba. Respiré profundamente, consciente de ese momento de plenitud y pensé que la felicidad tenía que ser, por fuerza, algo muy parecido a aquello que sentía.
Triana
«Come away with me» Norah Jones
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