MENSAJE EN UNA BOTELLA

Se despertó al amanecer, la cabeza le daba vueltas y tenía la boca seca. Se había pasado con el vino la noche anterior.

Se dio cuenta de que estaba sola, con toda la ropa puesta. Empezó a hacer memoria y recordó vagamente. Habían estado viendo una película, «Mensaje en una botella» y habían pedido una pizza. Su amistad era reciente pero compartían gustos, risas, momentos. Se emocionaron viendo la película, se abrazaron en silencio, lloraron hablando de sus respectivas heridas.

El vino fue el culpable de todo, el vino y la soledad.

Después todo fue como una neblina densa, su memoria trajo retazos de algún beso, de que la subió por la escalera entre risas, de que se miraron muy cerca, al lado de la cama.

Todo lo demás estaba borrado. Tuvo la certeza de que no habían ido más allá.

Bajó a la cocina a por un vaso de agua. Sobre la mesa estaba la botella de vino vacía. Atada a su cuello había una nota.

No sé porqué siempre meto imposibles en mi vida. 
Ayer traspasamos una frontera que no debimos traspasar, porque estábamos compartiendo soledades y eso al final crea adicción.  Nos hemos necesitado y yo no quiero necesitarte porque no puedo tenerte. Porque yo no quiero el cuerpo de alguien cuyo corazón está en otro lugar. Porque no quiero recoger los restos de alguien a quien no correspondieron,  porque si él no vuelve, tu corazón se quedará allí y tendrás una bonita cicatriz para recordarlo y porque yo no soy una paloma para que me tiren migajas.
Yo no voy a llamarte llorando pidiendo que me des algo que no podrás darme.
Y como soy especialista en despedidas, aunque no me gusten, creo que deberíamos dejar aquí nuestra amistad o lo que sea. No voy a llenar el hueco que debería estar llenado otra persona, aunque, bien pensado no hay hueco, porque él sigue ahí y lo ocupa todo.
Eres un amor y te mereces que te quieran mucho y bien, pero yo también.
Y no vamos a seguir alimentando nada porque yo quiero que me curen las heridas, no hacerme otra nueva. Y si seguimos alimentando esto, habrá otra herida más que curar.
Cuídate mucho Triana

Resbaló una lágrima por su mejilla. Sabía que el mensaje tenía razón. Hay huecos imposibles de llenar.

Se vistió y salió a la playa, a su playa, en aquel lugar al que no llegaba el mar, pero que era un paraíso.

ANA FERNÁNDEZ DÍAZ

DIARIO DE TRIANA XIII

Contemplábamos la nieve caer tras la ventana de la cocina y el fuerte viento aullando feroz nos estremecía. Aunque quizás la que se estremecía era yo al contacto de unos labios tras mi oreja y el roce de una caricia deslizándose por mi espalda. Recordaba entonces cómo habíamos llegado corriendo a nuestro refugio aferrados de la mano luchando contra el huracán. La escena inspiraba un poema. Como un relámpago noté otro estremecimiento al recordar algo; me giré  de pronto.

-¿Qué pasa?-Mi teléfono-¿Qué…?Corrí a buscar en los bolsos de la chaqueta y por todo el salón. -¡Me lo he dejado en la estación de Sky!-¿No jodas?-Sin joder es como te vas a quedar porque tengo que ir a buscarlo.-Triana, no podemos salir con esta tormenta, es una locura.-No saldrás tú, a mí no me va a parar esta tormenta ni tres como ella.Cogí mi equipación y salí.
Detrás de mí escuchaba todo tipo de improperios sobre las mujeres inconscientes que salen a las tormentas sin pensar en las consecuencias.Caminar por la nieve contra el viento era realmente agotador. Me ardían las manos y la cara, en parte por mi mala cabeza y en parte porque el viento azotaba tan fuerte como si finísimos cristales cortasen mi rostro.Cuando llegó a mi altura ya habíamos recorrido la mitad del camino; una subida bastante pronunciada que nos obligaba a doblar el esfuerzo. Llegamos exhaustos a la puerta de la estación cuando empezaba a anochecer.Entramos con una ráfaga de viento que casi nos lleva al suelo.Justo en la entrada, sentado en un cómodo sofá se encontraba Pedro, el conductor de la máquina que nos había llevado de excursión por la mañana.-¡Estáis como las cabras! ¿Cómo se os ocurre salir con este tiempo?-Triana olvidó aquí su teléfono y hemos venido a ver si alguien lo ha encontrado- dijo con cara de resignación.-No se le olvidó aquí, lo dejo en la máquina después de la excursión, pensaba llevaroslo mañana; no se me ocurrió ni por lo más remoto que fuerais a subir con esta tormenta.-¡Muchas gracias! ¡Por dios qué disgusto tenía, tengo media vida metida en este cacharro!-¡Venga!, os invito a una cerveza y luego os bajo en la pisanieves. Una hora y muchas risas más tarde, Pedro nos dejó en nuestra cabaña.
 La sorpresa llegó al abrir la puerta y darnos cuenta de que una de la ventanas estaba rota. El viento había arrastrado una rama con violencia contra el cristal, destrozando a su paso las macetas que decoraban el alféizar, haciéndoles caer dentro del pequeño salón. El disgusto fue mayúsculo al comprobar que todo el suelo estaba cubierto con la tierra de las plantas, ramas y nieve derretida por la alfombra; un completo desastre.

Mis ojos se llenaron de rabia al comprobar que la mesita al lado del sofá también estaba empapada y sobre ella, mis cuadernos de poemas, habían sufrido una catástrofe.

-¡Mis poemas, mis escritos, no puedo creerlo!

Corrí a comprobar el estado de mi tesoro más preciado; tinta removida, páginas mojadas…

-¡No puedo creerlo, mi trabajo de tanto tiempo!

Experiencias, llantos, amores y odios, trozos de mí y de los distintos momentos vividos, estaban arrasados.

-¡Maldita sea! ¡Joder! ¡Mierda!

Lloré mientras los recogía y secaba con la manga sus páginas. Todo lo que contenían tenía un valor sentimental importantísimo. Toda yo, estaba en esos cuadernos.

-Cariño, lo siento mucho, lo siento profundamente- me abrazó con ternura mientras yo sollozaba, -lo recuperaremos, no te preocupes.

-Sé que lo puedo volver a escribir de nuevo porque todo está guardado en mi portátil, pero estos cuadernos escritos a mano, guardan muy bellos recuerdos, tú lo sabes.

– Si, claro que lo sé, pero esos recuerdos no se pueden borrar Triana. Están contigo para siempre.

-Venga, vamos a tratar de limpiar todo esto un poco.

-Si -respondí con un hilo de voz.

Recogimos toda la tierra y los trozos de barro de las macetas; sequé el suelo mientras él llamaba a los propietarios de la cabaña, que acudieron enseguida para ofrecernos otro alojamiento y para asegurar la contraventana en ausencia de cristal, hasta el día siguiente que vendrían a repararla. Decidimos quedarnos allí para no tener que hacer el equipaje. Con unos clavos fijaron las contraventanas.

Cuando se fueron, nos preparamos una cena rápida, cenamos y recogimos todo. Mientras se enfriaban su café y mi té, me acerqué a la ventana de la cocina. Contemplaba la nieve caer. Se acercó por detrás y me abrazó.

-¿Estás mejor?

-Si, me he entristecido mucho, pero no se puede hacer nada. ¡Menudo día, eh! -sonreí y me giré abrazándole y buscando su boca que me llenó de mil besos tiernos.

-No cambies nunca, Triana.

 

-Gracias

-Gracias a ti por estar tan llena de vida, por ese coraje tuyo para salir a la tormenta y por tu fuerza y tu ternura.

Nos fuimos a la cama y nos quedamos abrazamos en silencio, pensando acerca de lo mucho que puede cambiar todo en un instante y también de lo rápido que pasa la vida; de que un pequeño acontecimiento puede borrar años de trabajo o un gran acontecimiento es capaz de unir a las personas como nunca antes.

Y de que ese abrazo puede ser el refugio perfecto cuando el mundo se derrumba.

Me desperté de madrugada, empezaba a amanecer y ya no se escuchaba ningún resto de tormenta, solo calma. Miré en la penumbra los rasgos de su cara, los hombros, atenta a la respiración tranquila. Hay personas que son hogar, refugio, puerto en el que resguardarse cuando aprieta la vida, inspiración y ejemplo, personas que no desfallecen, luchadoras, honestas, compasivas, amables; de esa pasta especial de la que están hechos solo unos pocos. Allí, frente a mí, estaba una de esas personas y allí tuve la certeza de que le amaba. Respiré profundamente, consciente de ese momento de plenitud y pensé que la felicidad tenía que ser, por fuerza, algo muy parecido a aquello que sentía.

Triana

«Come away with me» Norah Jones

PARA MI TRIANA

A ti, que me miras de frente, nunca te he escrito un poema
y es tiempo de decirte con letras
que adoro tu sonrisa fresca,
la suavidad de tu piel, tu curiosa mirada,
tu arrojo en la oscuridad de un quebranto;
tus certezas, que son leyes no escritas,
la implicación que derrochas con las causas perdidas.
Esa ternura unas veces, esa furia que sacas ante la injusticia;
la independencia de ideas.
El hilo de acero que une tus lazos de afecto.
Tu hacer responsable, la pasión por la vida,
tu entrega, el enojo, la ira.
La capacidad de perdón y
tu fortaleza.
Pensaba que no encontraría las palabras para escribirte un poema,a ti que me miras desde el espejo, con la tristeza en los ojos pero el corazón sereno;no te olvides que el amor más grande, es el que sale de dentro y tú, dentro, eres ese alma hermosa que te dijo un poeta, alma de niña y corazón de fuego.

DIARIO DE TRIANA XI

Aparqué el coche en batería, justo en la calle que conducía a tu apartamento. Enfrente, la playa, esta vez tu playa. La lluvia empapaba los cristales impidiéndome ver con claridad la calle desierta, de manera que decidí bajarme y pasear. Abrí el paraguas y descendí accionando el mando para cerrar el coche. Y en ese momento te vi. Allí, en la acera de enfrente, con la media sonrisa, esperando bajo la lluvia que en ese momento era fina y constante. Nos miramos, apenas unos segundos mientras yo cruzaba la calle. Recuerdo tu cara llena de emoción, y el gesto de tu mano, abierta, esperando la mía. No hubo beso, ni abrazo, solo mi mano, que sabía el camino y se deslizó en la tuya que la acogió mientras me susurrabas:

—No digas nada, déjame disfrutar de este momento.

Y supe que había llegado a mi hogar.

Caminamos a lo largo de varios metros, en silencio, acariciando el instante largamente esperado, y deseado. Miradas que decían lo que tanto habían callado, corazones latiendo fuerte en el pecho.

De repente empezaste a hablar, nervioso, contando mil cosas a la vez, y yo solo pude mirarte enamorada al tiempo que te paraba y cerraba tus labios con un beso.

Por fin estábamos juntos de nuevo. No sé cómo entramos en el portal, ni en tu casa, solo recuerdo mi mano acariciando tu cara, tu pelo, tus manos, y la urgencia por tener tu piel en la mía.

—Déjame que acaricie tu piel, solo eso— pediste.

Lentamente —como siempre me dices— me quitaste la ropa, de pie, mis manos temblaban desabotonando tu camisa, y unimos nuestro pecho, por fin, las pieles erizadas, se tocaban después de tanto tiempo.

—TriAna, quiero guardar tu olor dentro de mi, dijiste mientras te arrodillabas deslizando tu nariz sobre mi vientre. Mis dedos en tu pelo, llevaron tu cabeza del ombligo al monte de Venus, y la boca sedienta me hizo promesas calladas de placer latiente.

La alfombra del salón hizo de cama improvisada cuando de rodillas a tu lado besé tu boca aún con sabor a mi. Parecíamos penitentes purgando sus pecados, allí de rodillas, desnudos, delimitando la piel del otro. Desbordado de deseo, tumbado esperándome. Rebosante de calor, sentada sobre ti, cerré los ojos cuando nos unimos por completo.

—Mírame TriAna

Los abrí, para contemplarte mientras me decía que me amabas. Permanecimos el uno en el otro, quietos, hasta que el deseo fue más fuerte que nosotros. Entonces estallamos de placer con todo el amor que nos teníamos.

Después nos dormimos el uno en los brazos del otro, sin deshacer la unión hasta que la naturaleza permitió que salieras de mi, mientras recitaba en un susurro un poema en tu oído.

Por este momento

merece la pena la espera

la incertidumbre,

la ingratitud de la ausencia.

Tu ausencia.

Por este momento contigo,

tu piel adherida a la mía

desnudo tu cuerpo y mi alma.

Por fin te tengo

y ahora

ya no dejaré que te vayas.

Descansa Mi amor

DIARIO DE TRIANA X

Nuevo ejercicio del curso de escritores Felming Lab en el que participo, de la mano de Juan Re Crivello. Está siendo muy divertido cambiar de registro en cada nueva entrada y esta vez me tocaba relato erótico. Los que ya conocéis a Triana, os podéis imaginar que ya era hora de que volviese, y para los que no la conocéis, os diré que en este blog, dentro del apartado que lleva su nombre, os podéis ir adentrando un poco en su casa de la playa. Poco a poco, no vaya a ser que contribuyamos al calentamiento global. Yo no me hago responsable de nada…

Ejercicio número siete del curso para escritores de Fleming Lab.

DIARIO DE TRIANA ARDIENDO

El calor plomizo caía sobre la tarde de Septiembre en la casa de la playa, y a pesar de que el sol se empezaba a resguardar tras las montañas que adornaban la parte trasera, los insoportables treinta grados me hacían sudar por cada poro.

Desde la cocina me asomé para contemplar cómo regaba mis preciados rosales, quitaba las hojas marchitas y removía la tierra. Preparé un té para mí y un café para el. Su torso desnudo ejercía una poderosa atracción sobre mí desde que le vi por primera vez. No era el cuerpo definido de alguien que pasa horas en el gimnasio pero a mi me atraían sus hombros torneados y las prominentes venas de los brazos.

Con dos golpecitos en el cristal hice que me mirase y le enseñé la cafetera con un guiño — ¿Quieres un café con hielo?— le pregunté con mi mejor sonrisa. Asintió con la cabeza mientras sujetaba la manguera entre las rodillas para lavarse las manos y la cara.

Preparé dos vasos grandes. En uno de ellos introduje medio limón y azúcar de caña para mi infusión, en el otro sólo el azúcar y café.

Descalza me moví hacia la nevera en busca del hielo. El fresco del congelador se escapó acariciando mis piernas sudorosas y dando una pequeña tregua al sofoco.

Cuando él entraba en la cocina volqué la cubitera sobre el mármol de la encimera y los pequeños cubitos salieron resbalando hacia los lados. Recogí varios de ellos para echarlos en el vaso de café y el resto en el té. Uno de ellos había recorrido un camino más largo y fue a estrellarse contra su mano que lo atrapó con agilidad, al tiempo que me miraba. De un paso se colocó frente a mí y deslizó el trocito helado sobre mis labios entreabiertos como a cámara lenta, una traviesa gota resbaló por sus dedos hasta caer justo en el centro de mi escote, provocando que dos prominencias se despertaran bajo mi vieja camiseta de tirantes. El hielo siguió su recorrido conducido magistralmente por la mano experta desde mis labios a lo largo del cuello dejando un rastro que lejos de refrescarme, aumentaba mi temperatura.

Mis brazos rodearon su cuello mientras me colocaba sobre la gran isla que ocupaba la parte central de la cocina. Tendida, acalorada, y mojada.

Abrió uno de los cajones justo debajo de donde me encontraba y sacó unas tijeras.

Con sumo cuidado cortó la camiseta desde abajo hacia el escote, en cortes precisos, certeros hasta dejarla caer a ambos lados de mi cuerpo. Después hizo lo propio con mi pantalón corto, empezando por un lado y subiendo hacia la cintura y luego el otro.

Dio un trago a su café y con uno de los hielos en la boca fue recorriéndome, erizando mi piel con los roces helados desde la boca al cuello y de ahí hacia abajo con cuidado de no dejar un solo milímetro sin el refrescante contacto. Al llegar al ombligo dejó caer allí el cubito a medio derretir para darle una tregua a sus labios y nuevamente lo recogió bajando después hacia mi vientre. Cada gota de agua resbalaba cadenciosa por mis ingles yendo a parar a la encimera, mojando los trozos de mi pantalón cortado. Cerré los ojos y disfruté del contacto cuando llegó al centro de mi ser con el hielo entre los labios de ambos. La fría caricia no me enfriaba, me encendía. Y el agua goteante se unió a mi goteante marea. Una helada lengua la fue recogiendo. El infierno empezó con un hielo.

ANA FERNÁNDEZ

FELIZ CUMPLEAÑOS TRIANA

26-JUNIO-2016

Llegó a la casa de la playa a media tarde de un domingo del mes de Junio, elecciones generales en todo el país, así que le había costado llegar con el tráfico que movía votos a esas horas. Aparcó en la gran explanada que había a trescientos metros y como siempre, se descalzó y recorrió el camino que llevaba a su hogar. Todo parecía tranquilo. Cogió la llave bajo el porche de madera y se sacudió los pies para entrar en la casa. Antes de abrir la puerta, dio un vistazo al mar en calma y al sol de la tarde. Se respiraba paz en aquel lugar, por eso lo había escogido.

Abrió despacio y de sopetón, decenas de voces gritaron a la vez un sonoro:

«¡¡¡SORPRESAAAAAA!!!», que la dejó sin respiración.

Sin poder contener el susto ni la emoción, se dio cuenta de que su casa estaba llena de banderitas de colores, globos, flores, y de sus maravillosos amigos. Todos fueron besándola emocionados, y todos ellos tuvieron unas bonitas palabras para felicitarla por su cumpleaños.

—¿Cómo estás TriAnísima, dijo Antonio, que la cuidaba como a una hija.

—Emocionada y sorprendida —respondió Triana sin poder contener las lágrimas.

Luis Juli le besó la mano y le tendió la suya —ya sabes dónde estoy siempre por si me necesitas Triana.

A su lado sonriendo estaba Margui —Zorri, felicidades— gritó mientras la besaba en ambas mejillas con sonoros besos.

Valeria se acercó seductora —Muchas felicidades TriAnita— dijo, y depositó un ligerisimo beso sobre sus labios.

Yebra, con su mirada tranquila y hablando por los codos, la abrazó con fuerza y la besó por toda la cara haciéndole cosquillas con la barba —Felicidades guapísima.

—Te he traído unas canciones susurró Miguel con acento argentino, abrazándola afectuoso.

Antes de que me mandes al rincón, déjame que te dé un beso atornillao, le dijo Chus entre grandes risotadas.—¡Calla! y ponme a Alejandro Sanz, le recriminó Mel a Chus antes de darle un abrazo a Triana con todo el cuerpo y el alma.

La sonrisa tranquila y luminosa de Óscar, apareció entre la multitud —Felicidades princesa— le dijo mientras la llenaba de besos y abrazos, —¿Cómo estás mi niña?

—Feliz porque todos estáis aquí.

—Otro año más tocaya mía, se acercó Ana esta vez, afectuosa y sincera —¡Felicidades!

A su lado María, la miraba con ternura y se cogieron las manos, mirándose a los ojos antes de fundirse en un bonito abrazo sin palabras.

Durante un buen rato, multitud de amigos abrazaron y besaron a Triana. Johan, Amalaidea, Maite, Enrique, Henar, Cándido, Cristina, Pablo….así más de cuarenta personas a las que ella conocía bien y con los que compartía la pasión por escribir.

Pink bajó las escaleras acercándose despacio, —bienvenida a casa Triana— dijo mientras la besaba. Después cogió su mano y la condujo ante la mesa del salón donde una gran tarta de chocolate con cuarenta y tres velas era la protagonista.

—Pide un deseo preciosa, le susurró al oído.

Y mientras todos cantaban el cumpleaños feliz, Triana cerró los ojos y pidió su deseo con más fuerza que nunca.

Entre aplausos cortó el primer trozo de tarta.

Dentro encontró un bello poema

PARA TRIANA

He vuelto a verte Triana

y he percibido tu sensibilidad

y tu alma desnuda (más incluso que tu cuerpo)

he añorado tu alegría triste, tu risa infantil,

tu mirada de lluvia,

tu clamorosa necesidad de ternura

la epidermis de tu alma vulnerable

la vida, que bulle húmeda

y cálida,

bajo la coraza gris que esconde

el color de tus sueños.

Dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de Triana y sonriendo a todos pronunció con un hilo de voz.

Gracias

DIARIO DE TRIANA IX

Llegué a mi casa de la playa a media tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar.

Llegué a mi casa de la playa a las seis tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar. Dejé la maleta a mi lado, en el suelo y me agaché para quitarme los zapatos. Mis pies agradecieron el contacto con la arena fresca después de varias horas de viaje y cerrando los ojos disfruté por unos segundos de la sensación. Llené mis pulmones del aire con olor a mar, del aroma de la tarde, de mi hogar en medio de la naturaleza. Cogí la maleta con una mano y mis zapatos con la otra y muy despacio, contando los pasos, caminé hasta la casa.

Todo estaba en calma. No sabía si habría alguien esperándome, pero lo que si sabía era que todo lo que necesitaba eran mi ducha y mi cama en ese momento, volver a mi hogar, a mi refugio.

Busqué una llave que siempre escondía bajo el porche, y allí estaba, lo que significaba que la casa se hallaba vacía y subí los dos peldaños de madera, notándola cálida bajo mis pies. Entré y el olor a rosas que invadía la estancia me llenó por completo. Suponía que él había recogido unas cuantas de la maceta que había tras la casa y adornaban un jarrón sobre la chimenea.

Dejé la maleta en la entrada y subí a mi habitación. Recorrí con mis dedos la barandilla de la escalera que daba acceso al piso de arriba, mis muebles, la cómoda, la mecedora que adornaba el hall entre mi habitación y el baño. Todo estaba limpio y recogido. Sobre la cama descansaba un precioso camisón de raso blanco, esperándome.

Lo recogí y entré en el baño. Mi reflejo en el espejo me devolvió una sonrisa y la cara de paz, señal de que me sentía en casa. Abrí el grifo de la bañera redonda y mientras el agua se calentaba me desnudé dejando caer toda la ropa al suelo despreocupadamente. Me di un baño relajante, mientras veía  a través de la ventana cómo caía la tarde sobre mi playa y el rojo del sol sobre el horizonte enmarcaba una postal perfecta para mí.

Me sequé con una de las toallas que guardaba en la estantería. Luego extendí una generosa capa de crema hidratante sobre mi cuerpo. Olor a jazmín que se mezclaba sutilmente con el olor de mi piel. Me puse el camisón de raso que erizó cada vello de mi cuerpo a su contacto frío, después recogí la ropa y me tumbé en la cama. Me quedé dormida boca abajo.

Unos labios dulces, suaves, tiernos, besaban mis pies, con ligerísimos toques en mis dedos, el empeine y los tobillos. No me moví, sólo disfruté de esa maravillosa sensación de una boca recorriéndome. Unos labios que quemaban mis piernas, a ratos como mariposas flotando sobre ellas, y a ratos devorándome. Una lengua exploradora acariciaba el interior de mis muslos hasta llegar a la frontera que el blanco camisón marcaba. Esos mismos labios que yo conocía tan bien, recogieron la prenda sedosa llevándola más arriba descubriendo mis nalgas redondas. La suave tela se escurrió sobre mi cintura y los labios abrasadores la siguieron por mi cadera y el costado derecho produciendo un estremecimiento y un gemido ahogado, al tiempo que escribían poesía sobre mi espalda.

Los labios torturadores subieron por mi columna vertebral hasta mi cuello arrastrando consigo el raso frío sobre mi piel ardiente. Ladeé la cabeza para dejarles paso hacia mi cuello, mi oreja y el mentón, y ellos no se detenían sino que reclamaban más territorio buscando mi boca para ahogar mis ya imparables gemidos.

Y mientras que una lengua ardiente poseía mi boca y buscaba mi lengua, unas piernas separaban las mías, unas manos se aferraron a mis manos y un cuerpo cubría el mío llenándolo de calor y deseo, entrando en mí sin esfuerzo.

-Te he echado de menos preciosa, susurraron los carnosos labios en mi oreja.

Y tras esas palabras, el propietario de los labios embistió mi cuerpo, con mesura primero y sin freno después, durante un rato en el que el placer fue el único protagonista.

Qué bueno es volver al hogar.

 

DIARIO DE TRIANA VIII

Nunca antes había ido a una playa nudista y cuando me lo propuso acepté encantada aunque un poco ansiosa. No soy especialmente pudorosa pero caminar sin ropa por una playa llena de gente no sabía si me gustaría. Lo que si sabía, es que la experiencia iba a ser emocionante y reveladora.

Cogimos mi coche al amanecer de un soleado día. El calor empezaba a apretar a pesar de ser muy temprano mientras Emilie Sande rompía las normas por nosotros en la radio. Condujo despacio hasta abandonar la autopista donde aparcamos, para caminar luego bordeando la costa durante unos veinte minutos.

-No suele venir demasiada gente, así que tranquila- fueron sus palabras ante mi expresión de sorpresa.

Sacamos la bolsa de la playa que el transportó solícito y cogió mi mano firme. Un pequeño caminito nos indicaba el recorrido y después de una leve pendiente vislumbramos una pequeña cala por la que apenas paseaban cuatro personas. A la derecha escarpados acantilados enmarcaban el paraje y la fina arena dorada completaba el cuadro perfecto para mi bautismo naturista. Recorrimos la orilla descalzos hasta llegar a la parte más alejada y junto a las rocas depositamos nuestras cosas.

Me quedé unos segundos mirando al horizonte, las olas tranquilas, atesorando dentro de mi ese momento de paz y sosiego. No sé si fue su aliento en mi nuca o sus manos en mis hombros que hicieron deslizar mi vestido sobre la piel lo que provocó que mi sangre hirviese. Desató los lazos de la única prenda que me quedaba puesta que cayó sobre mi vestido -no podemos dejar que se queme esta piel tan blanquita Triana – ronroneó a mi lado. En algún momento se había quitado la ropa y  se notaba que estaba como pez en el agua, disfrutando de la cálida brisa en su cuerpo desnudo.

Cogió el bote de crema solar que sacudió con energía y una generosa porción se depositó en su mano –Gozaremos del sol en cada centímetro de la piel…el placer de la crema que por tu espalda deslizo, con mi mano temblorosa …por tu eléctrico hechizo de tus vértebras encadenadas y disfrutaremos de esta parcela de sol desnudo y libertad…Mientras me recitaba seguía depositando crema, buscando rincones a los que el sol no llegaría pero que a el le parecía importante explorar. Dibujó el contorno de mi pecho desde atrás, mis caderas, en tanto que su aliento me quemaba la nuca. Descendiendo al vientre, empleándose a fondo en mis muslos, si el sol no me quemaba, al final lo haría yo misma por combustión espontánea como no dejase de tocarme. Y con dos inocentes palmadas en mi trasero, soltó un – ¡estás lista, vamos al agua!

Agarré su mano y paseamos por la orilla. Me sentía extrañamente cómoda en mi desnudez, captando con cada poro de mi piel sensaciones desconocidas. La mezcla justa de excitación y sorpresa ante las reacciones de mi cuerpo. Poco a poco me fui relajando y nos adentramos en el agua que con olas tranquilas nos bañaba sensual. El contraste entre mi calor interior y el agua fría me hizo gemir. Toda mi piel se erizó. Me cogió en brazos, rodee su cuello con los míos y su cintura con las piernas. Su abrazo me transportaba, besándome lento, encendiendo el deseo imparable ya a estas alturas. Me sujetaba la nuca con una mano y la otra, se abrió paso entre mis piernas. Me dejó descender despacio hasta quedar  justo a la puerta de mi pasión. Miré a lo lejos y vi que las personas que paseaban antes por la playa se alejaban por el camino  de acceso. Le miré de nuevo, había fuego en sus ojos. Entreabrí la boca, y ahogué un gemido cuando entró en mi.  Me sujetaba con manos firmes mientras embestía con fuerza mi cuerpo batiendo el mar como una tempestad.

El agua hervía y nosotros también.

TRIANA

 

 

DIARIO DE TRIANA VII

 

Llovía a mares, y el frío otoñal calaba los huesos.

Salí a por un poco de leña, que guardaba bajo el porche de madera, para la chimenea. Tiritando cogí unos troncos gruesos y un par de piñas que usaba para encenderla como había aprendido de mi madre, siendo aún muy pequeña, cuando vivíamos en la casa del pueblo. El ritual de encender la cocina nos acompañaba cada mañana, arrimaba una piña que calentaba en el fogón de gas y cuando ésta se encendía, la introducía en la cocina, apoyaba sobre ella otra piña más y rodeándola unos pequeños trozos de madera.

Entré en casa, me descalcé y me arrodillé delante de la chimenea. Cogí un encendedor que siempre guardaba en la repisa que la enmarcaba y empecé el ritual, las piñas, los pequeños trozos de madera…Era necesario esperar unos minutos para que el fuego prendiese bien la madera, y los aproveché para poner música, Alison Moorer empezó a cantar country llenando de nostálgicas notas la estancia.

Llené la chimenea de troncos. Cogí mi libro favorito y mi mantita. El sofá frente al fuego y la mullida alfombra enmarcaban el cuadro perfecto para la tarde de noviembre.

La paz de la lectura y el calor  provocaron que me quedase dormida, tras largas noches de insomnio no era muy difícil.

No le escuché llegar, ni abrir la puerta, ni arrodillarse a mi lado sobre la alfombra. Me contemplaba con brillo en los ojos, enmarcado por la luz de la chimenea, acercándose para besarme cuando empezó a sonar A soft place to fall.

-¿Bailas preciosa?

-Por supuesto.

La manta resbaló del sofá al suelo cuando cogí la mano que me ofrecía para bailar.

Estrechó mi cuerpo en sus brazos, la mano en mi espalda, abierta, notando cada uno de mis músculos con los dedos, provocando una descarga eléctrica con el contacto largamente esperado, al tiempo que empezaba a mecerme al ritmo de la música. Cerré los ojos y floté.  Nuestros cuerpos pegados, rodeados por el calor sofocante del fuego, no sé si de la chimenea o de nuestro fuego interior debido al deseo acumulado durante la ausencia.

Inclinando mi cabeza sobre su hombro acerqué más mi cuerpo, entrelazando las piernas en el baile lento, notando su deseo por mi en cada movimiento, sintiendo sus latidos en mi pecho. Subí mis brazos alrededor de su cuello, estirándome para poder besarle. Mis labios en los suyos, mi lengua invadiéndole mientras sus manos recorrían ya sin censura la parte baja de mi espalda.

Mis manos bajaron a la cintura, buscando el final del jersey que fui subiendo hasta quitárselo, dejando su pecho al descubierto para posarlas justo en él y entretanto le besaba con mimo a la vez que las manos seguían su recorrido esta vez quitando el cinturón y desabrochando botones. Sus gruñidos me mostraban el camino indicado. Le empujé al sofá, dejándole ahí sentado mientras me desnudaba al ritmo de la música. Su media sonrisa y los ojos entrecerrados hicieron que me enamorase más si cabe.

-Te he echado de menos

-Ven aquí, me susurró.

Y fui… y me senté sobre él, en el sofá que había permanecido tanto tiempo con mi sola presencia y que ahora soportaba dos cuerpos en llamas consumidos por horas de esperas, de ausencias, de deseos contenidos, de amor a distancia. Los suspiros se mezclaron con la música, el calor del fuego con nuestro calor. Allí permanecimos hasta que se hizo completamente de noche.

-Bienvenido a casa.

 

 

 

 

 

DIARIO DE TRIANA VI

Había salido a correr por la playa antes de comer. Estaba lloviznando, como casi cada día esa primavera. Pero a mi me encantaba correr con lluvia. El calor que me provocaba el esfuerzo de correr por la arena, era atenuado por la llovizna mojando mi cara, mis manos y mis muslos.

Y a pesar de la llovizna y la bruma, que vestía la playa de una luz fantasmal, era completamente feliz escuchado solo mi respiración.

Dos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta eran mi bálsamo contra la soledad que me provocaba su ausencia, aunque ese día no me encontraba sola.

Llegué al porche de nuestra casa sin resuello. Me descalcé sentada en los dos peldaños que bajaban a la arena y sumergí mis pies en ella. Estaba fría, suave, y me masajeaba aliviando el calor.

Sacudí la arena y entré.

Una de mis melodías favoritas invadía la casa, y el olor a rica comida casera lo impregnaba todo.

Le encontré pegado a los fogones, entre cazuelas, ingredientes y una copa de vino.

Le vi de espaldas a mi, concentrado en lo que guisaba.

Sigilosamente me acerqué por detrás y pegué mi cuerpo al suyo, tatuando mis redondeces en su espalda.

Abracé su pecho y ronroneó.

Besé su nuca, erizando su piel y ronroneó.

Froté mi pubis a su culo y ronroneó.

Bajé las manos al interior de su pantalón y gruñó.

Ya había despertado a la fiera…

Se giró.

Me clavó sus profundos ojos oscuros y sin mediar palabra tiró de mi camiseta, arrancó mi pantalón acompañado de mis braguitas y sentándome sobre la encimera me explicó sin palabras, que mientras cocinaba, no se le podía molestar, so pena de recibir una lluvia de besos y caricias, acompañada de una paliza de amor regada con placer y una pizca de picante.

Bebió de mi, saboreó mi cuerpo, alimentó mi alma, nos nutrimos de pasión.

-¡Eres un excelente cocinero!, ¿te he dicho hoy que te quiero?

-No me suena

-Te quiero, y adoro tenerte en casa.