SIEMPRE HAY ALGUIEN

Va otra reflexión

Esta surge, de nuevo, de mi grupo de compañeros de Historia del Arte.

Entre apuntes, preguntas, evaluación continua, notas o exámenes, todavía nos queda tiempo para algunas charlas y unas pocas risas.

Algunos de los grupos de «WhatsApp» dan para escribir un libro. En ellos voy conociendo, nos vamos conociendo, personas increíbles.

Una de esas personas es Jéssica, una gaditana que vive en Cartagena desde hace veinticinco años, quince de los cuales los ha dedicado y dedica a su pasión, dar clase en el instituto ISEN de Formación Profesional en esta ciudad.

Da clase y a la vez estudia este Grado en Historia del Arte, tomemos nota de esto.

Sus alumnos, jóvenes entre quince y diecinueve años. Os podéis imaginar lo que eso significa: hormonas por las nubes, problemas, desmotivación y un largo etcétera.

Sin embargo, Jéssica, es una de esas personas que ama tanto su trabajo que dice cosas como: «adoro a mis niños»,«aprendo de ellos cada día», «me encanta mi trabajo», «no lo cambio por nada».

Jessica dice que es muy dura como profesora.

Es tan dura, que para carnaval se le ha ocurrido la genial idea de disfrazarles de obras de arte. Os dejo el resultado para que podáis juzgar.

Ellos aún no lo saben, pero tienen una de las mejores profesoras del mundo y eso, para los que somos padres, es una tranquilidad.

Y yo tenía que escribir este post porque las gentes como Jessica, me devuelven la fe en el género humano, que os prometo que muchas veces la pierdo, pero siempre hay alguien que me hace recuperarla. No está todo perdido, de verdad que no.

Este pequeño homenaje es para Jéssica y para todas las «Jéssicas» que tratan de hacer de éste, un mundo mejor a través de la enseñanza.

Ojalá que nunca perdáis la ilusión y las ganas.

Si os apetece ver el resto de las fotos, en el Facebook de su instituto podéis encontrarlas.

ANA FERNÁNDEZ DÍAZ

UN PEQUEÑO GESTO

Bajar al centro en coche un sábado de tarde es una auténtica delicia, poco tráfico, sitio para aparcar, en fin, un lujo. Menos si en el centro de la ciudad, ese sábado de esa semana, se celebra la media maratón. Las motos de la policía municipal ya debieron hacerme sospechar que algo raro pasaba, sin embargo aparqué y me fui a tomar café con una amiga. Una hora más tarde, al despedirla me doy cuenta de que la calle está cortada y que no podría salir con el coche porque estaban pasando los corredores de la media maratón de Gijón. En ese momento me acordé de que había una carrera.

El caso es que ya puestos a esperar, decidí tomármelo con calma y quedarme en la acera viéndolos pasar. Había transcurrido ya más de media carrera supongo yo, así que los que quedaban eran los que van más despacio, menos acostumbrados, los que sufren lo indecible. Si has sido corredor, valoras sobremanera el esfuerzo que supone correr veinte kilómetros seguidos, y el sudor que eso cuesta.

A mi lado, un señor de mediana edad, con su mujer, aplaudían al paso de los atletas, mientras charlaban entre ellos o con otros amigos. Por la conversación descubrí que su hijo participaba, aunque ya había pasado hacía rato. Aún así, ellos siguieron hasta el final animando a los que iban más rezagados, siempre con palabras positivas y aplausos, que se multiplicaban cuando pasaba alguien que iba muy despacito, con cara de estar sufriendo mucho.

Hubo varios de los corredores que ya estaban exhaustos y en lugar de correr, caminaban. Era en ese momento cuando el animador de masas redoblaba los aplausos y las palabras de aliento, recordándoles que sólo quedaban unos poco metros, y esto, que parece una tontería, hacía que los otros reanudasen el ritmo corriendo, con una sonrisa.

Mi reflexión de hoy llega con los aplausos de mi compañero de acera y su mujer. En los más duros momentos de la vida, cuando ya piensas en abandonar, bajas el ritmo, quieres tirar la toalla, unas palabras alentadoras de alguien, pueden ser suficientes para que te levantes de nuevo y vuelvas a la carrera. Ese pequeño gesto, te anima a seguir adelante a pesar de la dificultad. Tener a ese animador que te alienta, que te aplaude, que valora tu esfuerzo, ayuda más que ninguna otra cosa en el mundo. Esa persona no hará la carrera por ti, ni moverá tus piernas, ni sudará tu sudor, pero está ahí para decirte —adelante, tu puedes— y con eso ya es suficiente para no abandonar.

Y por último, otra reflexión más, hoy va por partida doble.

Cuando pienses que ya no te quedan fuerzas, que no puedes más, que la lucha no tiene sentido, que todo se termina, no te engañes, siempre puedes un poco más, aún te quedan fuerzas y de la misma forma que los que iban caminando volvieron a correr, estirando el esfuerzo, todos podemos dar un poco más y seguir.

¡Adelante, ya queda muy poquito!

NOTA FINAL: Justo cuando le doy a botón «publicar», leo que uno de los corredores de esta carrera ha fallecido. Y yo, me quedo con el corazón encogido, entristecida, dando vueltas a mis reflexiones anteriores y pensando esta vez, si determinados esfuerzos merecen la pena…