SEVILLA CON LOS 5 SENTIDOS

Sé que muchos de los que me leíais habitualmente os sorprenderéis con esta entrada. Si hace dos años me dicen a mi que voy a escribir sobre este tema, tampoco me lo hubiera creído pero, oye, ojalá la vida no deje de sorprenderme nunca.

No hace falta ser sevillano para emocionarse en Semana Santa en Sevilla. Tampoco es necesario ser creyente, devoto, nazareno o cofrade. No tienes que ser «capillita», como ellos definen a los enamorados de las procesiones. Solo tienes que ir y abrir tus cinco sentidos. Eso y disponer de tiempo para disfrutarla toda.

Desgraciadamente yo solo disponía de unas cuantas horas para ver «la madrugá» del viernes santo.
Si vas siguiendo los pasos, los de las procesiones, de la mano de quien sepa mostrártela, la Semana Santa de Sevilla huele a incienso en cada plaza. Un aroma que lo invade todo, a vainilla, a canela, a naranja, a especias, a madera. Un olor que te acompaña aún cuando te has ido, adherido a la maleta.

Nuestra Sra. de Los Ángeles


En mi retina la imagen del manto de La Virgen de Los Ángeles de la Hermandad de Los Negritos, uno de los más bonitos que he visto. Y ese paso de misterio, pasando por Caballerizas, donde se hizo el relevo de costaleros, momento ideal para apreciar esa maravilla artística en caoba que resulta de extrema elegancia entre tanto dorado. La vista es fundamental para observar cada detalle. Es sumamente desaconsejable perder el tiempo sacando fotos o grabando vídeos, el momento se vive en directo, nada es igual fuera de ese lugar y ese momento.

Al gusto, hay que darle gusto y entre procesiones varias, una caña de cerveza, un serranito, una tapa, es siempre recomendado haciendo una breve pausa.
La música es otro elemento fundamental de esta puesta en escena impresionante que es la Semana Santa sevillana.
Unas veces, música de capilla, otras, agrupación musical, banda de música o la famosa Centuria Macarena, que además de entrar por los oídos, entra por la vista en un despliegue sin igual de corazas plateadas y penachos de plumas.

Paso del Señor de la Sentencia


Cuando rozaba el mediodía,  he tenido la inmensa suerte y el privilegio de participar en la «petalá» a la virgen Macarena desde una azotea de la calle Parras. Tacto de pétalos y olor a claveles, explosión de color y alegría, aplausos, poemas, barrio, fieles, lágrimas, promesas.
Imposible no emocionarse ante tanta belleza.

Si además, todo esto está regado por los comentarios de alguien que conoce la semana santa como nadie, que la vive y la ama y que alberga un poso cultural y artístico sobre las imágenes, los pasos, el acompañamiento musical, la historia, las liturgias procesionales, etc., se convierte en un aprendizaje que no tiene precio pero si un inmenso valor para quien, como yo, ha decidido entregarse a la Historia del Arte. Mil gracias amore…


He prometido volver, pero no por unas horas, por una semana entera para disfrutarla toda.
Solo queda agradecer, a quien marcaba el camino de mis pasos por esas calles, de mis ojos, mis oídos, entendiendo que aún sin fe, con emoción lo he vivido, poniendo en cada segundo, todos mis cinco sentidos.
Mi tributo, que es pequeño, son este puñado de letras, que no pagan ni de cerca la maravillosa experiencia.

Nuestra Sra. de la Esperanza Macarena

https://www.youtube.com/watch?v=9zjR9Bo5TxQ

ANA FERNÁNDEZ DÍAZ

NUNCA ES TARDE

Puesto que las letras me han llevado últimamente por los caminos de la poesía y no reflexionaba hace mucho, hoy toca una larga.

Contextualicemos:

Resulta que hace años que «tenía una espinita clavada» con lo de estudiar una carrera y, por unas cosas u otras, lo fui posponiendo. El caso es que el año pasado, durante el confinamiento, preparé el curso de acceso a la universidad en la UNED y, rozando el diez, entré. Como resultado, este año, me matriculé en Historia del Arte y ya he pasado mi primer examen.

En este caldo de cultivo que es la Universidad hay grupos de Whatsapp, grupos de Facebook, por asignaturas, por comunidades, porque nos gusta relacionarnos y los bares están cerrados, etc.

En uno de estos grupos, el de Prehistoria, he encontrado estos días filón para mi post de hoy.

No sé muy bien por qué motivo hemos empezado a presentarnos con un pequeño resumen de nuestras vidas y los porqués de estudiar esta carrera y no otra.

Así, hemos conocido que uno de los administradores del grupo que además comparte generosamente sus apuntes y son magníficos, va por su tercera carrera, con sesenta y tres «añazos», que fue químico de profesión y ahora, que está jubilado, ha decidido cursar estos estudios por puro placer.

Igual que una profesora de inglés de «taitantos» que también tiene tres grados, este tercero por vocación, que dice ella que es una procrastinadora nata, pero que vistos los resultados yo no me lo creo y que además en alguna ocasión se ha presentado a un examen con tres vinos encima y sacó un notable, igual ahí está el truco.

O esa otra, también profesora de inglés pero con vocación de bibliotecaria y ahora de historiadora del arte, que empezó a estudiar durante el confinamiento para aprovechar el tiempo. También la de otra compañera, odontóloga de profesión, cuya tesis doctoral fue abandonada cuando nacieron sus hijos, tiene tres, un perro y trabaja ocho horas diarias, que dice ella que es de letras de vocación pero yo creo que es más bien de superwoman.

En un grupo de unas cien personas, podéis imaginar las historias tan bonitas que hay para contar, las profesiones tan dispares: químicos, profesoras, afinadoras de violines o maestros tostadores de café, ingenieras aeronáuticas, abogadas o fabricantes de pasta artesanal.

También cabe resaltar las circunstancias personales:

pensionistas, jubilados, en activo, aunque esta expresión es válida para todos porque no paran, estudiantes de segunda o tercera carrera, viviendo en sitios pequeños en los que no hay universidad presencial, etc.

Una de las expresiones que más se ha repetido a la hora de explicar los motivos para cursar estos estudios es: «tenia esa espinita clavada» o «me enamoré de historia del arte en bachiller pero cursé otros estudios con más salidas».

Esto nos lleva a darnos cuenta de la cantidad de espinas que llevamos dentro y lo que tardamos que quitárnoslas.

Otro de los puntos que quiero destacar, es que hay una gran cantidad de compañeros que han aprovechado esta situación de confinamientos, cierres perimetrales, cierres de bares, etc., para estudiar. Hay vida más allá del sofá y la tele y no cabe el aburrimiento en estas mentes.

El saber no tiene fin y el desánimo tampoco.

Algunos han usado el arte como escape a una depresión, como entretenimiento en su jubilación, después de accidentarse o simplemente porque estudiaron y trabajaron en algo que no les gustaba y ahora decidieron, por fin, emplear su tiempo libre en lo que les entusiasma. Casi todos trabajan, algunos tienen hijos; tampoco encuentran traba en la falta de tiempo, estudian en los hoteles en los que pernoctan por motivos de trabajo, han aprovechado bajas maternales para seguir estudiando.

Unos cuantos empezaron una carrera que nos les gustaba hace años y ahora retoman con entusiasmo los libros, pintaban en su juventud o necesitaban color en sus vidas.

De todo este abanico, quisiera destacar algunas cosas que me parecen importantes y que pueden invitar a la reflexión:

La primera es que da igual la edad o las circunstancias personales cuando uno quiere aprender. No importa si estás trabajando, jubilado, pensionado, si vives en una isla pequeña o tienes más de sesenta años cuando tu ansia de conocimiento es tan grande.

La segunda es que, en un grupo de unas cien personas, el sesenta por ciento son mujeres; un gran número de ellas son/somos, mujeres más allá de los cuarenta. Mujeres que además de trabajar, han tenido hijos y han estudiado a la vez.

También quiero resaltar a los más jóvenes, que en lugar de estar llorando por las esquinas porque no pueden salir, aprovechan su tiempo llevando hasta dos carreras a la vez, demostrando que no toda la juventud es vaga e irresponsable como algunos se empeñan en afirmar.

Todos estos compañeros han aprendido a aprovechar sus tiempos, a no aburrirse, a sacar espinas clavadas. También a lidiar con las nuevas tecnologías, no era lo mismo estudiar en los setenta u ochenta que ahora.

Mi profunda admiración para todos ellos y mi agradecimiento también por todo el material que desinteresadamente comparten.

Y por último me gustaría dejar unas preguntas para quien corresponda:

¿Qué fallo en el sistema educativo hace que tengamos que llegar a los cuarenta o cincuenta años para poder, por fin, dedicarnos a estudiar lo que nos entusiasma?

¿Quién y en qué momento de nuestra adolescencia debería enseñarnos a descubrir lo que nos apasiona, nuestro talento y potenciarlo?

¿Por qué abandonamos aquello que en nuestra juventud nos enamoraba en pro de una profesión a la que dedicaremos más de media vida pero que no nos satisface?

P.D:

A los que os hayáis equivocado de profesión o de estudios, queda aquí constancia de que nunca es tarde para cambiar.

Adelante

ANA FERNANDEZ DIAZ