DIARIO DE TRIANA IX

Llegué a mi casa de la playa a media tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar.

Llegué a mi casa de la playa a las seis tarde. Había estado unas semanas de viaje y estaba deseando recorrer descalza el camino de arena que separaba la carretera de mi pequeño refugio al lado del mar. Dejé la maleta a mi lado, en el suelo y me agaché para quitarme los zapatos. Mis pies agradecieron el contacto con la arena fresca después de varias horas de viaje y cerrando los ojos disfruté por unos segundos de la sensación. Llené mis pulmones del aire con olor a mar, del aroma de la tarde, de mi hogar en medio de la naturaleza. Cogí la maleta con una mano y mis zapatos con la otra y muy despacio, contando los pasos, caminé hasta la casa.

Todo estaba en calma. No sabía si habría alguien esperándome, pero lo que si sabía era que todo lo que necesitaba eran mi ducha y mi cama en ese momento, volver a mi hogar, a mi refugio.

Busqué una llave que siempre escondía bajo el porche, y allí estaba, lo que significaba que la casa se hallaba vacía y subí los dos peldaños de madera, notándola cálida bajo mis pies. Entré y el olor a rosas que invadía la estancia me llenó por completo. Suponía que él había recogido unas cuantas de la maceta que había tras la casa y adornaban un jarrón sobre la chimenea.

Dejé la maleta en la entrada y subí a mi habitación. Recorrí con mis dedos la barandilla de la escalera que daba acceso al piso de arriba, mis muebles, la cómoda, la mecedora que adornaba el hall entre mi habitación y el baño. Todo estaba limpio y recogido. Sobre la cama descansaba un precioso camisón de raso blanco, esperándome.

Lo recogí y entré en el baño. Mi reflejo en el espejo me devolvió una sonrisa y la cara de paz, señal de que me sentía en casa. Abrí el grifo de la bañera redonda y mientras el agua se calentaba me desnudé dejando caer toda la ropa al suelo despreocupadamente. Me di un baño relajante, mientras veía  a través de la ventana cómo caía la tarde sobre mi playa y el rojo del sol sobre el horizonte enmarcaba una postal perfecta para mí.

Me sequé con una de las toallas que guardaba en la estantería. Luego extendí una generosa capa de crema hidratante sobre mi cuerpo. Olor a jazmín que se mezclaba sutilmente con el olor de mi piel. Me puse el camisón de raso que erizó cada vello de mi cuerpo a su contacto frío, después recogí la ropa y me tumbé en la cama. Me quedé dormida boca abajo.

Unos labios dulces, suaves, tiernos, besaban mis pies, con ligerísimos toques en mis dedos, el empeine y los tobillos. No me moví, sólo disfruté de esa maravillosa sensación de una boca recorriéndome. Unos labios que quemaban mis piernas, a ratos como mariposas flotando sobre ellas, y a ratos devorándome. Una lengua exploradora acariciaba el interior de mis muslos hasta llegar a la frontera que el blanco camisón marcaba. Esos mismos labios que yo conocía tan bien, recogieron la prenda sedosa llevándola más arriba descubriendo mis nalgas redondas. La suave tela se escurrió sobre mi cintura y los labios abrasadores la siguieron por mi cadera y el costado derecho produciendo un estremecimiento y un gemido ahogado, al tiempo que escribían poesía sobre mi espalda.

Los labios torturadores subieron por mi columna vertebral hasta mi cuello arrastrando consigo el raso frío sobre mi piel ardiente. Ladeé la cabeza para dejarles paso hacia mi cuello, mi oreja y el mentón, y ellos no se detenían sino que reclamaban más territorio buscando mi boca para ahogar mis ya imparables gemidos.

Y mientras que una lengua ardiente poseía mi boca y buscaba mi lengua, unas piernas separaban las mías, unas manos se aferraron a mis manos y un cuerpo cubría el mío llenándolo de calor y deseo, entrando en mí sin esfuerzo.

-Te he echado de menos preciosa, susurraron los carnosos labios en mi oreja.

Y tras esas palabras, el propietario de los labios embistió mi cuerpo, con mesura primero y sin freno después, durante un rato en el que el placer fue el único protagonista.

Qué bueno es volver al hogar.

 

Autor: Ana Fernández

Jamás olvidaré lo que soy

98 opiniones en “DIARIO DE TRIANA IX”

  1. Labios torturadores, esos que viajan por todos los rincones buscando placeres que no necesitan definición.
    Muy buena la entrada, Ana, y un gran regreso al hogar de Triana: así cualquiera vuelve de cualquier viaje, por largo que éste sea.
    Un beso

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  2. ¡Vaya peregrinación hizo la lengua esa!, nada de atajos, de vez en cuando se paraba en un área de descanso, por decir algo, que no paró de currar. Hasta parece que la frase final sea de la lengua, de quien va a ser!

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  3. “” – Que bueno es volver al hogar – pesábamos los dos, mientras, como si fuéramos mar y acantilado, nuestros cuerpos se embestían poseídos de aquella pasión enardecida por tanta espera.
    Perdí la cuenta de sus gemidos, sus explosiones de placer sin tregua. Tantos caminos recorrí sobre su piel, con mis labios, entre besos, con el puñal de mi lengua abriendo heridas nuevas en su cuerpo de leyenda… y ella siempre me sorprende con algún paraíso perdido, entre su piel de seda y su mente, casi torturadora…
    Exhausta de amor, Triana se quedó sobre mi pecho, profundamente dormida. Suavemente me deslicé hacía los pies de la cama, dejando atrás su cálido abrazo. Si pudieras desnudar la ternura, tendría las curvas perfectas de Triana y en el hueco de su espalda beberías poesía.
    Sin hacer ruido, fui recogiendo la habitación. Apenas una leve suspiro dejó escapar de su boca cuando la cubrí con la suave bata que hacía juego con su camisón de raso. Lo recogí del suelo y lo dejé doblado sobre su almohada con tres pétalos de rosa y un lirio de agua recién cortado.
    Saliendo de su habitación, la brisa que se colaba por la ventana provocaba el vaivén de la cortina contra la mecedora que se movía al compás… sonreí, pues, me imaginé que alguien invisible me esperaba en aquella mecedora.
    Bajé acariciando la barandilla de la escalera, el mueble ropero de la entrada, el pequeño aparador donde dejamos todas aquellas cosas que nos estorban en los bolsillos al llegar a casa. Allí estaban sus llaves esperando por ella. Dejé todo recogido y salí de casa escondiendo mi llave rosa en el escondite del porche, donde las claves se guardan cuando la casa enmudece.
    Me fui caminando por la arena, con el sol despertando ya en el horizonte. Llegué hasta una roca por la fuerza del mar perforada y que ella sin falta visitaba cuando venía a la playa. Una foto suya, apoyada en aquella roca aún estaba en el salón, junto a la gran chimenea.
    Con el aroma del mar invadiendo mis sentidos, cerré los ojos y me senté por unos instantes en aquella mecedora, vigilando sus sueños, una vez más… Creo que ella sabía que yo estaba allí. No se cómo lo hace pero ella lo sabe, siempre lo sabe.
    Cogí mis zapatos, inspiré profundamente y me alejé por la playa, siguiendo sus huellas que aún permanecían marcadas en la arena. El círculo se cierra. Que bueno es regresar al hogar…””
    Bueno. Pues un poco tarde, como siempre, aquí está mi granito de arena para la playa de Triana. Enhorabuena por está imparable sección de tu blog que tantos seguidores está atrayendo.

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    1. Y te vas….nuevamente te vas.
      Y como siempre te echaré de menos. Pero esta vez, no me quedo sola. Esta vez la poesía me acompaña para hacer menos dura la espera. La réplica a esta despedida sería un amargo despertar con tu ausencia y no quiero tristezas hoy. Nunca me han gustado las despedidas ya lo sabes. Vuelve pronto. Ya te extraño. Cuando tú quieras, Triana volverá, solo tienes que llamarla.
      Un beso amore

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                    1. Yo es que de Camilo tengo la penosa imagen de un programa de la Milá en el que menciona una palangana llena de agua y metérsela por sálvese la parte….me quedó tan grabada esa escena que todo su talento quedó relegado a un segundo plano.

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